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Todo comienza guardando un tapón colorido, llevándote un posavasos que piensas usar en casa para no mojar la mesa del salón o pidiéndole al camarero que te regale un vaso de tu marca favorita. Para muchos, esa inocente decisión no tendrá consecuencias y esos objetos terminarán en el fondo de un mueble, pero en otros casos se habrá sembrado una semilla.

 

Los orígenes del coleccionismo cervecero los encontramos en Estados Unidos, concretamente en los años de la funesta Prohibición. Con el cierre de cientos de fábricas y miles de bares, una gran cantidad de carteles y objetos en los que se anunciaban las cerveceras quedaron abandonados. Los años previos a la Ley Seca habían sido especialmente prolíficos en publicidad debido a la gran competencia que existía entre fabricantes. Intentando ganarse el favor de los hosteleros les ofrecían objetos decorativos con su logotipo para hacer más atractivos sus establecimientos e impulsar las ventas. Aún con la importancia de los pioneros que salvaron piezas de gran belleza y enorme valor histórico, es a partir del 24 de enero de 1935 cuando realmente podemos hablar de coleccionismo cervecero o breweriana.

 

Ese día, la cervecería de Gottfried Krueger Brewing Company de Newark, Nueva Jersey, lanzó al mercado la primera cerveza enlatada de la historia. La Finest Beer fue un éxito y pronto otros competidores apostaron por un envase del que solo en su primer año se comercializarían más de 200 millones de unidades. Para poder consumir la cerveza contenida en esa primitiva lata era necesario un abridor. Barato de producir masivamente y de uso diario, el abridor se convirtió en un buen elemento en el que estampar el logotipo de la cervecera de turno. La publicidad de cerveza comenzaba a entrar en los hogares.

 

Prácticamente en todas las ciudades de América existía algún muchacho que guardaba en el sótano de casa abridores y las coloridas latas vacías que bebía papá o aquellas que iba encontrando por las cunetas cuando repartía el diario de la mañana. Una vez en la Universidad, las posibilidades de cacería se multiplicaban y sin darse cuenta, ese tipo se convertía en el orgulloso propietario de una gran colección de latas. 

 

Cuando en octubre de 1969 el periódico St. Louis Globe Democrat publicó un reportaje mostrando la colección de Denver Wright, Jr., otras personas de la zona descubrieron que tenían un alma gemela. En la primavera del año siguiente organizaron una reunión en casa de Wright para charlar, intercambiar piezas y fundar la Beer Can Collectors of America, una asociación que pocos meses después ya contaba con 304 miembros.

 

A lo largo de la década de 1970 el coleccionismo de latas se extendió por todo el planeta pero Estados Unidos seguía a la cabeza del fenómeno, funcionando en el país varias asociaciones con miles de socios que se reunían en multitudinarias convenciones. Como hobby, el coleccionismo de latas de cerveza cumplía con unas premisas que lo hacían especialmente atractivo para cualquiera. En pocas semanas podías recopilar decenas de envases sin coste alguno, las latas lucían bien en una estantería y si había que mudarse no eran pesadas. Los departamentos de marketing de las cerveceras fueron conscientes del fenómeno y no tardaron en intentar capitalizarlo lanzando al mercado ediciones especiales destinadas a ese público. El exagerado volumen de novedades, la especulación con muchas piezas, unida a la entrada en la madurez de muchos aficionados, hizo que el coleccionismo de latas fuese perdiendo fuelle en beneficio de otros objetos cerveceros como los posavasos, la cristalería, las etiquetas o los tapones corona. Y es que el límite de productos que pueden ser coleccionados solo lo establece la creatividad de los publicistas que trabajan para las fábricas de cerveza. CELCE, el Club Español de Coleccionismo Cervecero (que como muchas otras asociaciones comenzó con las latas) cuantifica una cuarentena de variedades que van de las acciones mercantiles a las placas de metal, pasando por los espejos, las jarras de cerámica o incluso los grifos usados para el servicio en bares.

 

En los últimos años, con el auge de las cervecerías craft y muy especialmente con su apuesta por el enlatado y las ediciones limitadas, las posibilidades para el coleccionista de breweriana se han incrementado hasta límites inimaginables. Al coleccionista actual no le queda más remedio que especializarse en un formato, región o estilo si no quiere acabar devorado por su hobby. Otros, optan por centrarse en una marca y se convierten en especialistas a los que los productores recurren periódicamente para desentrañar aspectos desconocidos de su historia.

 

LA BREWERIANA Y SUS VARIANTES

 

El término breweriana proviene del inglés brewery (cervecería) y bajo él se agrupan los diferentes tipos de coleccionismo cervecero. Algunos especialistas dividen la breweriana según el tamaño de los objetos recopilados, estos pueden ir desde el alfiler de una corbata a un camión de reparto. En Estados Unidos los coleccionistas distinguen cuatro períodos. El primero agrupa los objetos producidos hasta la Prohibición, en el segundo estarían aquellos que aparecieron tras la abolición de la Ley Seca, el tercer periodo abarca desde 1950 hasta mediados de la década de 1970, y el último desde entonces hasta la actualidad. Algunos tipos de coleccionistas de breweriana también gozan de denominación propia, así aquellos que están especializados en posavasos serán tegestólogos mientras que a los que hacen lo mismo con las etiquetas se reconocerán como labologistas